
Por Ricardo Correa Robledo
A principios de este mes salió publicada la última encuesta política y de gobierno de la empresa Guarumo. Como todas las encuestas trae datos interesantes a los que hay que prestarles atención. Sin embargo, el dato más sobresaliente, en últimas escandaloso, es que hay 75 candidatos presidenciales para 2026. Sería bueno saber con qué criterio la encuestadora considera a una persona como candidata, pues tal vez algunos ni lo saben. Pero con seguridad la mayoría está contemplando la posibilidad de llegar a la presidencia, lo cual a 10 meses de la primera vuelta es francamente anómalo y refleja fallas serias en el sistema político, de partidos y de representatividad. Obviamente, la gran mayoría de nombres desaparecerá en el camino y se llegará a un número limitado de candidatos en el próximo mayo.
Por 30 años, de la década del 60 a la del 80, existió la queja, válida, de que había que pasar de un sistema bipartidista a uno multipartidista para dejar atrás la exclusión política. La Constitución de 1991 sentó las bases para que se diera ese paso, y los hechos políticos en el país y en todo el mundo hicieron que el viejo bipartidismo Liberal-Conservador quedara como cosa de la historia.
La elección de Uribe en 2002 solidificó el proceso y la de Petro en 2022 le dio la partida de defunción al viejo sistema. Hoy liberales y conservadores son fuerzas relativas en el Congreso y están totalmente incapacitados para ganar la presidencia sin fundirse en amalgamas de partidos y movimientos.
Esta transformación profunda del sistema político es la que permite que tengamos 75 candidatos, la gran mayoría de ellos sin credenciales ni méritos para ocupar el cargo que pretenden. Y el problema es que alguno de los ineptos presentes en la lista vaya avanzando en el proceso y por azares del destino termine gobernando.
Hay nombres totalmente anodinos en la lista como los de Alberto Lizarazo, Armando Villegas, Danny Becerra, John Mosquera, Juan Torres, Juan Gómez, José Gamba, y así decenas más.
Políticos y exfuncionarios sin el menor mérito para el oficio como Ángel Custodio Cabrera, Andrés Guerra, Camilo Romero, Daniel Palacios, Felipe Córdoba, Francisco Barbosa, Jaime Araujo, Juan Guillermo Zuluaga, Luis Carlos Reyes, Carolina Corcho, Jota Pe Hernández, y muchos más.
Otros francamente impresentables: Abelardo de la Espriella, Vicky Dávila, Daniel Quintero, María Fernanda Cabal, y uno en especial cuya pretensión es una ofensa a la democracia y la civilidad: el delirante Santiago Botero.
Y siempre tengo la misma pregunta ¿Quién le dijo a tanta gente que podrían ser presidentes? Creo que la respuesta atraviesa un rango amplio que va desde la psicología de muchos individuos que antes de lanzarse a estas atrevidas y temerarias empresas deberían consultar un psiquiatra, hasta un desorden total en nuestro sistema político. Al final quien pierde es la nación entera, por culpa de personas y partidos totalmente irresponsables.
Requerimos con urgencia una reorganización política que establezca vectores claros que guíen al ciudadano, empezando por partidos serios, una normatividad estricta y una brújula que oriente en cuanto a ideas, la cual haga visible un trípode derecha-centro-izquierda como referente básico.
Ojalá que en diez meses los nombres del tarjetón tengan representatividad, seriedad y respetabilidad, y que no se vaya a colar un payaso.
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